GRIMORIO DE LAS MUSAS

 




GRIMORIO DE LAS MUSAS

 

BY

OMAR GARCIA RAMIREZ

2006-2023

 

 

 

 



 

  

GRIMORIO DE LAS MUSAS

(Última versión)

(OMAR GARCIA RAMIREZ)

 

 

Escritura semiautomática, supramecánica, mitopoética e hiperhipnótica, para convocar a las musas dormidas en la ciudad del Maya Denso. Solo con sus cabelleras brunas y doradas ondeando en nuestras lanzas, valdría la pena el tormento de la fiebre.

 

 

I

 

(Soliloquio del Mago Ebrio)





La musa

Venía divagando en violeta musical, ondulada semifusa de la noche.

Ofuscada por el desencuentro con el poeta...

Más bien alta, más bien morena.

La musa venía gótica, de negro y rojo.

Diadema dorada en la frente…Clásica la musa…

Transmutada, en orquídea de una selva lujuriosa

donde el jaguar que saltaba entre los charcos y arrasaba con raíces y lianas dejaba una senda de oro luminoso.

(El jaguar, se debe anotar, había escapado del circo después de  beber una solución lisérgica

en el sobrero constelado de un mago).

Era eso lo que le molestaba.

––Ella..., de sueños tan altos, salir a tomar el soma en ciudad tan ordinaria––

A beber la amarga sabia del cactus de neón.

“La poesía estaba desvirtuada”

Y ella se creía la poesía deificada en su personal mitología.

La Ofelia sin tiempo.

Pero los críticos estaban con lo de la poesía de la imagen.

La poesía virtual;  apasionados por algún software de computación

deslumbrados por pequeños efectos tipográficos;

––cierta hipermedia de inteligencia artificial; cierta kinetografía en la red––.

Ella, que no era ninguna tonta; (Por algo era una musa diferente, lo sabía).

Afirmaba: “La poesía está virtualmente desvirtuada, desauratizada en la red líquida, pero no está muerta”.

Ese amargo paréntesis, venía como un tiempo inundado de ajenjo

que escurría a goterones de absenta desde el cielo verde

que rompía los relojes de azúcar, desataba tormentas

y mojaba los gaznates de los marineros 

con música de maderas golpeadas en los puertos.

Que hacía esperar a las mujeres de la noche...

                                      morigerar el sueño rojo de los aduaneros.

Una nube gris

desgranada en aguacero, rompíase en gota dura

ruido de seda húmeda, pañuelo sudado sobre el sombrero jipijapa.

Bostezo de mariajuana que dejaba una estela de kilómetros de fuego.

Borrasca destilada que salía reflejada en algoritmos de un tempo huracanado.

Pronosticada en los diarios, rosa de los vientos,

                                             sextante oxidado del naufragio.

Como un derrumbarse en cataclismo de sueño y muerte lúcida

En el puerto sitiado en cuarentena durante aquel oscuro temporal

Cuando la musa brava cruzaba ardiendo la garua del carnaval y el poeta le había abordado.

                                        Para invitarla a emborracharse.

 

Ella, la musa portuaria…

Había bebido en las copas de algunos cráneos ilustres.

Había creado algunas imágenes abstractas

                                          y algunos símbolos memorables.

Ahora caminaba junto a un poeta-atleta

Quien le había sumergido en aquella nocturna deriva urbana…

(Atleta de la luna es el poeta que proyecta su sombra, la ve caer sobre el neón; el neón líquido con su aliento verde-azulado que impregna las esquinas; relampaguea sobre las tejas de la acera, calienta el aire con lenguas de fuego que lamen los cristales. Fogonazo de pólvora sobre una herida antigua; que estaba ahí, desde el principio. Arponero de piedra selenita, pescador de mantarayas en el fiordo.)

El poeta que sobrevive en la ciudad es un atleta, por eso no requiere de estadios para ejercitar sus piernas. Las calles son veloces y pesadas; y poeta que se respete, salta obstáculos sobre la avenida de los Golems.

Golems cancerberos que vigilan el caminar salvaje de los poetas.

Luego...

Los cristales líquidos del hotel…

El fuego fatuo suspendido en las boyas del mar.

Y la sangre en el despliegue amargo de la piel, las copas y el alcohol.

Luego el olvido o el silencio.

Mejor la usencia larga. 

Y la cicatriz, mordida del amor… piedra de volcán en el silencio.

 

 

II

(Tempo)



 

Mira mi tempo.

Siente mi tempo.

Caballo que galopa al cielo roto y tiene por coraza un sol en fragua.

Fetiche de fuego quemado por el vendaval.

Ese silencio…

                      que viene antes del paso a la cima, sin oxigeno

                       y que el montañista lo siente en su sangre espesa.

Redoblante golpe en el tambor de su corazón.

Alegoría-Susurro, al borde de la oreja.

Como un desfallecer, como un caer,

                                             desde el puente

 donde van a estrellarse las tormentas y los vientos del norte.

 

El grito del poeta-atleta se escucha,

                                            cansado de trotar su maratón a fondo…

     Caballo azul eléctrico con jinete de chaqueta roja.

––Galope y grito sobre el acantilado al filo de la noche––.

Imploxionar desde los sentidos; el corazón amargo palpita sobre el fuego.

El calor se puede sentir bajo la herida que florece en la palabra nieve…

Como araucarias y cipreses, a veces ese canto…

                                                                 A veces esa soledad…

Y entonces, esperamos morir amortajados en el lejano bosque de la niebla.

 

 

III

(Tu cara)



 

Tu cara de alondra algonquina gira lenta y clara como la nube más bella…

Mensajera del humo que canta sobre la pradera del horizonte.

Tu cara contorneada por un delgado silencio…

luz que flota alrededor de tu voz.

Tu cara  italiana y berebere.

La cabellera austriaca como las que pintara klimt

dorada, ceniza melancólica; blonde y brunette y mittlenests.

Tus manos…pequeños cofres llenos de caricias aladas

                                                                      prisioneras en sortijas de plata.

y cuando levantas la copa de vino rubí liquido

                                                                       se hacen largas y blancas.

Peligrosas y hechiceras como las

                 de la Condesa del lejano castillo visitada por la duende Pizarnik.

Bañada en la sangre ácida y la leche azucarada

                                                 de dulces y hermosas ojeras adolescentes.

 

Musa technicolor que cambias de color de piel.

––Serpiente que repta sobre mi columna

y dejas tu viejo abrigo en la ventana de mi cuarto––.

Vestal negra.

Vestal de Buena Ventura.

Vestal morena y alba.

Vestal latina, tu cuerpo de apergaminado grimorio

(fina mixtura de papel y seda)…sobre el que

                           grabo con mi estilo en la piel de tu cintura prieta

un libro mágico que arde en besos de ónix y esmeraldas.

Vértice del bosque negro donde convoco los sentidos.

Las calcáreas clavículas del viejo Salomón

se encienden y retuercen en el fuego

salpicado de incienso y eucalipto.

Tu capa negra y tu cabellera de fuego castaño

giran livianas en la noche.

Emanaciones fantasmales de la diva gótica…

                       la que venía con armadura de luna

                       y un beso de vodka-crudo en la boca.

 

La musa venía al ritual de la batalla.

Alegre y entonada, cantando una sonrisa.

La musa venía de combate

a medio pelo entre mística y mundana.

La musa venía en el crescendo de la orilla,

sobre ola de un crespón azul-espuma.

Se alcanzaba a percibir en su aire clandestino

que la musa estaba expatriada,

exiliada estaba la musa

Ña Musa Musaraña, keratinoso pelo de Araña.

Enamorada

amancebada, encurdalada, emponzoñada; atrapada en la cuerda clandestina 

                                                de un marinero-tahúr del mar de los Sargazos

diletante de la mar salada, que la guardaba de contrabando, cuando cruzaban las fronteras del sueño, sin documentos ni cartas de presentación. 

Poeta en el exilio del Río de la plata…                                                               

Con su alijo de versos blancos en la bodega negra de su carabela.


Virgen vegetal

tocada en madreselva victoriana…

Maxernestiana enredadera enteógena de Europa,

––Claro está, después de la lluvia––.

Que había salido indemne

del infame fuego que había decretado Morguentau sobre la condesa alemana.

Venía con su boca almibarada y fresca....

Llegaba sin permiso y se instalaba

en los arrabales porteños de los soñadores del opio

e iluminaba las frentes marchitas de los refugiados del terrible sueño.

 

IV

(Tango Lamento)






Voy a tener que olvidarme de la musa,

Voy a cerrarme a sus cantos de sirena

y a embriagarme con absenta en el puerto con monsieur Rimbaud...

 

No sé qué piden los señores de la poesía.

La poesía esta sellada como un beso druida melancólico

que ha perdido sus secretos, que ya no tiene oraciones.

Solo abre sus trémulos labios y abraza con sus muslos blancos

al solitario tallador de sueños...

Al infame burlador de frenocómios

al asaltante jonki de droguerías y supermercados

al insomne Prometeo de las cuartillas ajadas.


La musa DiVa-GótiKa

Estaba de levante en la refriega; en el Lepanto-Lepante de la vía...

No daba su brazo a torcer y soplaba su armónica

Venda-Vandalia de noviembre

ahorcajas sobre la sardina patinada en rosa

y su voz de metales enronados

susurraba al oído del marinero que la magreaba a la salida de una taberna.

Cristal del oleaje, canto de quebrado cántaro.

Faro ebrio y ciclópeo que ilumina al mago alquimista y mineral...

                                          Marinero del barco ebrio empeñado en su destino.

Absoluta en su misterio pétreo… 

                     recortada su figura a contraluz sobre la peña negra del fiordo.

Fantasma relampagueante.

Su corazón de basalto…

Al parecer, ya no guardaba nada... Para para nadie.

 

V

(ORACION)

Del profeta Juan “El Bautista” con grabado de Aubrey Bearsley



Guárdame señor de las musas impenitentes, de las simuladoras...

De las que dicen amor y creen haber aportado una sortija-baratija

sobre la boca eléctrica del poeta que se sumerge en las aguas heladas del río.

Guárdame también de las musas

adoradoras de becerros de oro y legionarios extranjeros, …

Filoamusadas con sombras corales  y ondulantes

hieráticas tocadoras de la cornamusa en las puertas de Babel.

Guárdame de las que agitan alas al centro del corazón…

                       Quitándote el aire y dejando un graznido de aves negras.

 

También de las gatas

que se contorsionan contra las columnas de granito

sobre las que se erigen imperios

se fundan dinastías de ignominia y templos de silencio.

Hieródulas

que ofician con sus aires menstruales

en las alcobas del señor gobernador.

De las del galardón mal tatuado con tintas baratas, guárdame.

De las del gigantesco derrier en péndulo oscilante

y yoni velludo, teñido de dorado e índigo.

De las buchiplumas con escarabajo egipcio tatuado en la cadera;

(Alacrán azul, sobre el  burdo seno plástico descubierto).

Guárdame señor de las oscuras musas

De las ciegas y simiescas musas, señor guárdame.

De las goyescas musas de verbena y carna-baal.

De las musas alejandrinas, cazadoras de la fama rápida.

De las que saben cruzar lentamente las piernas

miran al fondo; se ríen de tu cara tatuada a la gitana

                                          por años de no comer bien

y trasnochar bajo la lona terrestre

mientras afilan cimitarras en las mazmorras, para ver correr

                                                    la sangre fresca del profeta.

 

Guárdame de las hechiceras sin arte.

De las druidas volcánicas de besos de lava

que solo buscan dejarte con tu cara quemada pompeyana

                                                 bajo la calcinada acera de la alameda.

De las que cruzan sus largos dedos albinos

sobre una cabeza de rizos negros

en la bandeja de plata…

                           Mientras música bárbara y tribal

Se escucha en las recamaras y faldas de dorados brocados 

rodean con sombras de seda la adiposa barriga del sátrapa protector.

Cuida mis denarios, mis dracmas,

Mis duros, mis cobres, mis fullas.

Mis céntimos de salario, mi pasta del hambre.

No dejes que en la vía me aborde la musa fakírea

La estrambótica y apergaminada china.

La balinesa miniada de ojos de rinohipnomanía.

La mercenaria amazona del seno robusto

                        y carjak de venablos envenenados en la espalda.

 

 

VI

(VARIANTE ARGONÁUTICA)



 

Deberé colgar sobre mi cuello…

Amuletos persas y cencerros cananeos

Bañar mi túnica en sangre de gallos africanos;

betún-grasa de dragón de Sonda y de Komódo.

Plumas de Tliuntlenzentlonzi, cortezas de Benjimaak

aderezos protectores; perfumes agrestes y non sanctos

contra la musa vampira. La transfusionadora transilvanita.

Entonar cantos rituales de caracoles quebrados en la aurora.

Cera de salamandras de Mauritania en los oídos.

Licor de caña y petróleo en la garganta.

Mi lamento será un grito en la noche

mientras amarro al negro potro encabritado

                               con lianas y cortezas

                                                                  al mástil de los sueños.

 

 

VII

(CONSEJO)






Dejando a un lado lo anterior…

Debemos reconocer que; pasar sin musas, por el mundo

es para el poeta una afrenta de canción herida, mutilada.

Sin una musa que te corte el cabello y acicale después de largas retiradas a los bajos fondos;

¿Quién preparará el filete de cordero

                                 y cambiará tu agua municipal por vino de Oporto?

Pasar sin musas, es la muerte para el poeta de los suburbios canallas, en donde la sangre hierve bajo el vino encendido. Ocasionales musas mercenarias reconcilian al poeta con la noche y muchas veces, las bellas extrañas calman el sofoco de ombligo; de las ingles ácidas; la sudoración de equino sediento en el verano. Quijada de marsupial después de haber sido herido por el colono en la selva psicotrópica, (selva llena de fantasmas que se materializan en las junglas de la locura; cazadores de cerbatanas más veloces y lacerantes que los rifles de gendarmes en la maldita capital).

Pasear sin musas… a quien susurrar un verso de piel;

aguerrido y doloroso; beso-aguardiente, quemado en madera de naufragio.

No deberían los poetas pasar sin musas, debajo de los puentes altos cerca al Sena; no, sin musas por la melancólica Roma cerca al barrio de la judería. Sin musas no quedaría nada de aquellas correrías. Sin la lujuriosa musa napolitana, desaparecería la melancolía y entonces, ¿qué sería del oxidado brillo del beso en el tranvía; del vapor de la estación; del frío de la madrugada, del capuchino en la barra, del Chianti en la trattoría?

Sin la musa por la rue huchette del  Quartier Latin

Con la estela diamantina de mándame blanche  y el champagne.

En el otoñó con abrigos undergroudns de gitanos embriagados.


Y...

Sin la amerindia de altos pómulos y mirada de volcán

                                                              y cabellera azul y negra…

No aprenderías el alto koan de la montaña andina…

No escucharías la flauta de la selva del trópico

quemado con sal de sudor verde en las costillas.

¿Qué sería sin tu fámula lírica; sin tu musa famélica

del humilde sabor a trigo; pedazo de pan fresco que le robamos a la vida?

¿A quién la dulce mentira, sin las musas?

¿Y esbozar proyectos, y sueños irrealizables?

Y auscultar cicatrices de viejas heridas

Y digitar herido en fuego, mapas deltas palpitantes; ríos subcutáneos de trompas de Falopio.

¿A quién mirar a  los ojos, mientras se tornan rojos los besos del achís?

¿Y leer las manos? Heladas; sin guantes, de junkie en el invierno,

                                Sudorosas laceradas manos proletarias del verano.

¿Quién tocará con cariño tu sien y te coronará de laureles?

¿Quién escuchará este largo poema-diatriba-soliloquio sin apenas entender nada…

Con el corazón enzarzado y enlianado en una selva de misterio?

Quién te dará un largo beso y te dirá:

                                                    “Bueno, Basta,  calla… recomencemos...”

 


VIII

(BESOS)



 

Los besos helados que nos da la vida.

Los beso de sangre que nos da la muerte.

Los besos de tierra quemada

                                    y lodo rojo que nos da la locura.

Los endulzados besos de la musa besadora,

la besamanos, la chupadora, la lamedora,

la dulce vampira de cartílagos delgados

hilos alquitranados fraguados y embrocados en los telares de la luna.

La que disfruta de tu babia, tu labia vegetal, tu sabia mineral 

y conoce los motivos de tu rabia.

Besos de la musa con lengua en torniquete,

que rompen las palabras, que te dejan mudo dentro de la cama,

que te dejan sin aliento, para llamar a las ballenas

que flotan acariciando sus lomos contra el aire del puerto; que no te dejan levantar para aporrear a las cuartillas, para podar los árboles y los ramajes; la frondosa yerba donde picotean los pájaros nerviosos y argentados de los poemas.

Los pájaros amargos que soltó el rockero del tercero

                                                     después de su última borrachera.

Los que temblaban de frío en la madrugada sobre los hilos del teléfono.

La boca que te deja sin aire al filo de la noche; voz de navaja en cuello en dialectos de ultramar.

Besos de vino dulce y maduro, en Oporto, cerca al barrio de los alquimistas.

Besos de cobre oxidado con sabor de metales griegos en la punta de la lengua.

Besos de sangre menstrual que se confunden con el vodka y la ginebra

para levantar la potra y meterla al ruedo; a la faena

y galopar al pelo hasta el fondo de la pradera nocturna.

 

 Todos los besos de las musas saben a gloria

                                                 y están lubricados con saliva de eternidad.

Por uno solo de ellos muere un gladiador, un boxeador es noqueado bajo los reflectores de la arena y un gran mercante pierde su fortuna.

De esa misma manera, un poeta puede morir en un inquilinato

acuchillado, sangrando por la boca.

Esa boca muda.

Esa mano sin venganza.

Ese poema sin beso de tinta y de papel.

Beso…que a veces nunca llega, de la musa en tinieblas, que se espera…

                                                         con su mortuoria corona de laurel.




IX

(VÉRTICE)

 




Vértice negro minimalista.

Vértice rojo irlandés con lianas tersas

y agua de piedras negras a manera de rocío

sobre tu nido golondrina.

Vértice blanco de arena. Japonés y zen....

–Al centro ardiendo, la piedra del Fujiyama–.

Vértice tatuado sobre lomo de un delfín miniado

como un triangulo de Riemann sobre un antiguo mapa piscator

en donde la geometría euclidiana no forma, arte ni parte.

Vértice oscuro, de labios rojos que cuelgan como un brezo.

Que se abre como un melocotón maduro.

45 gramos de pulpa carnosa.

Vértice rosado, en ángulo extenso de 3.200 vellos púbicos,

ciento veinte posibilidades de besar al centro, el meridiano.

Beso polaco encabritado, misil de vodka envenenado.

Vértice latino- andino- ladino

Ceca al nacimiento en la laguna,

lengua trucha-rosa encabritada

                                    sobre la cascada de los negros líquenes

Vértice del pescado fresco, del yogurt fermentado

de la anguila, la morena, del cachalote salpicado de cierta sal,

cierto amoniaco, salsa de ajo preparada por la pescadora,

mujer de mar en agosto, con las piernas abiertas bajo la red.

Mientras el sol del poniente entra en las carnes

 

Vértice punto “G” del no retorno…

Divino mausoleo forniture en nutria, 

para la petite morte, para la mort de lumière 

Herida del mundo, dolor del poeta sin Musa

talismán del derrotado, que corre a él, como a la luna.

Búsqueda del centro Agarttha de la vida.

Acuática musa de la nada.

Ada Congelada, nocturna y geométrica criatura besada y golpeada

por el ariete del amor animal…

Luego olvidada y devastada...

                                                por el temporal de los elementos.

 



Apostillas:

 

A LOS POSTMODERNOS

Si mi musa me ama.

Yo amo a mi musa.

Mi musa y yo nos amamos.

A LOS VISUALES

MUSA

Que me dejas sstititritando después de que me usas.

Déjame un voca-blo

un beso bacalao con sonante caperuza

MINIMAL

MINIMAMUSA

AMUsaMINIMAL

MIMOSACORNAMUSICAL

ANIMAL IMAGINARIO DE POETA

 

 

(Para Los Críticos Lúcidos)

 

Un poema a las musas, sin palabras;

sería solo un beso imaginario para el hermoso animal quimérico.

Dicen ya, que las musas no existen –o al menos dejaron de existir–.

El poema en conjuro

para dar cuerpo al sueño, a la criatura extinguida.

Con palabras convocarla; poema inexistente.

Cristal roto por una bala-quimera.

Poeta coronado por un verso transparente.

Musa que no llegó, y tal vez nunca llegará

para besar a ese iluso conquistador del sueño con los laureles del silencio.

 

 

 

 

 

 

 Omar García Ramírez

 

Estocolmo, Ginebra, París, Madrid, Barcelona, Oporto, Roma, La Habana, Bogotá, Pereira, Armenia, La Nube...

2006-2023

 


 

 


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